Nou article de Ricardo Almenar: “El triunfo de la estrategia gubernamental: solo un 5% de inmunizados”

EL TRIUNFO DE LA ESTRATEGIA GUBERNAMENTAL: SOLO UN 5% DE INMUNIZADOS

Ricardo Almenar
Col·legi Oficial de Biòlegs de la Comunitat Valenciana

28.05.2020

Por fin tenemos los primeros resultados (bien que provisionales) de la tan esperada macroencuesta epidemiológica encargada por el Gobierno. El pasado 13 de mayo los ministros de Sanidad y de Ciencia anunciaron en una doble comparecencia los datos iniciales del estudio estadístico en el que habían participado casi 61.000 personas de todas las comunidades autónomas.”Uno de los estudios más sólidos que se han hecho en el mundo, un trabajo enormemente ambicioso del que estamos muy orgullosos”, declaró el ministro Pedro Duque. Su colega, Salvador Illa, precisó que “aporta una radiografía de la epidemia en nuestro país”, añadiendo a continuación que ”viene a confirmar las hipótesis sobre las que hemos venido trabajando y sobre las que se sustenta el Plan de Desescalada”.

Sí, la macroencuesta era esperada como verdadera agua de mayo, ya que no pudo ser de abril (Illa anunció el estudio a principios de la segunda semana de abril pero no se inició hasta los últimos días de ese mes). ¿Por qué? Porque de cara a cualquier “desescalada” se suponía que un conocimiento pormenorizado y territorializado de cuánta población española había sido infectada (y en mayor o menor medida, inmunizada) era de lo más básico. “En estos momentos” había declarado el
microbiólogo Tomàs Pumarola en los días que tuvo lugar el inicial anuncio del ministro, “lo que más nos interesa saber es a cuánta gente ha infectado el virus”. Porque “el virus se parará en el momento en el que haya infectado a un número determinado de población, esto es, cuando haya inmunidad poblacional”. De ahí que “si detectamos que el 30% de la población está infectada, es probable que deje de infectar durante un tiempo”. Pero “si solo se ha infectado el 10%, es posible
que cuando se empiece a desconfinar continúe infectando”. “Y se dará la paradoja”, afirmaba por su parte el epidemiólogo Pere Godoy en las mismas fechas, “de que en las zonas donde hay más casos se podrán relajar más las medidas -dentro de que haya unas directrices comunes- porque habrá más población ya inmunizada, dure lo que dure esa protección, que todavía no lo sabemos.”

Primera cuestión, pues. ¿Por qué no se esperó a tener los primeros resultados de este estudio de seroprevalencia -como técnicamente se le conoce- a la hora de diseñar las distintas fases de la “desescalada”? Más aún. ¿Por qué ni siquiera se consideró como indicador, a la hora de adjudicar determinada fase a un territorio, una variable tan básica como el porcentaje de población, primero infectada y luego inmunizada, a partir de los datos de los tests de anticuerpos? Porque en el batiburrillo de indicadores unos cuantitativos, otros cualitativos y el resto discrecionales, (o sea, evaluados según el buen saber y entender del evaluador) que fueron escogidos por la ignota “comisión de expertos” del Gobierno no figura tan relevante indicador. ¿Para qué se ha hecho, entonces, el macroestudio epidemiológico?

Toda gestión -ya sea pública o privada- es conocimiento en acción. Si no existe un conocimiento previo o no hay una consecuente actuación derivada de él, no puede hablarse propiamente de gestión. Será otra cosa, pero no gestión. Cuando los resultados de un estudio se utilizan para justificar decisiones previamente tomadas, el estudio pasa a tener un mero valor ornamental. Cumple así una máxima -seguramente falsa- atribuida a Napoleón: “Cuando no puedo o no quiero actuar, encargo un estudio o nombro una comisión”. Dejà vu… Esta suerte de tentación napoleónica ha seducido siempre a gobiernos de todas las épocas.

Vayamos ahora, tras estos prolegómenos, a comentar los primeros resultados de la macroencuesta epidemiológica, “uno de los estudios más sólidos que se han hecho en el mundo” en palabras ya citadas del ministro Duque. Y más concretamente a analizar los datos obtenidos en esa muestra de la población española respecto a la existencia de anticuerpos IgG, las inmunoglobulinas de mayor persistencia y las principales responsables de la respuesta inmunológica ante una hipotética nueva infección del SARS COV-2. Muchos sostenían que podía alcanzar a un 10% de los encuestados, lo que supondría entre 4 y 5 millones de españoles; algunos, como el autor de estas líneas, creían que podía llegar al 15%, si no más, lo que equivaldría a unos 7 millones de las personas que actualmente viven en España. Sin embargo, solo un 5% de los encuestados ha dado positivo en relación a tales anticuerpos, porcentaje que trasladado al conjunto de la población viene a significar unos 2,35 millones de probables inmunizados. En distribución provincial, únicamente la provincia de Madrid (con un 11,3%) y su área de influencia (Guadalajara con 10,9%; Segovia, 12,6%; Cuenca, 13,5% y Soria, 14,2%) se aproximan al referido 15%. Lo que, en cambio, sí preveíamos todos -y esto se ha cumplido- era una gran heterogeneidad en el impacto de la epidemia y la consiguiente inmunización según unos u otros territorios. Por ejemplo, quien esto escribe estimaba que el porcentaje de inmunizados en la Comunidad Valenciana vendría a ser la mitad de la media española y el de la Comunidad de Madrid dos veces y media ésta (los resultados han sido de 2,5% y 11,3% respectivamente).

Aceptemos ahora la validez de la muestra escogida, su reparto en los diferentes territorios, la fiabilidad de los tests utilizados y el tratamiento estadístico correcto de los resultados, teniendo en cuenta que son ciertamente provisionales, una foto fija de la situación epidemiológica de partida que irá variando en mayor o menor medida en las próximas semanas conforme vaya adelantando el estudio con pruebas renovadas. Pero aún con todos estos condicionantes, ¿no resulta ese 5% una
cifra llamativamente baja, al menos si consideramos algunas de las previsiones que se habían hecho al respecto? Porque ya a finales del marzo un estudio del Imperial College de Londres había cifrado en 15% el porcentaje más probable de infectados (y es de suponer inmunizados) en España por aquellas fechas, cifra porcentual que fue recibida aquí con amplio escepticismo. Pero a este biólogo le pareció que en el mes siguiente era un porcentaje ya verosímil, porque coincidía con lo esperable de multiplicar las defunciones habidas (oficiales y extraoficiales) por la tasa de letalidad (decesos respecto a infectados) que habían obtenido estudios epidemiológicos en otros territorios no españoles (como Heinsberg y Gangelt en Alemania o el estado de Nueva York), territorios que alcanzaban a su vez un porcentaje de población inmunizada muy similar (15%, 14% y 13,9%, respectivamente).

En todo caso, sorprende un tanto la tasa de letalidad que la macroencuesta otorga a España (1,16%) en comparación con las obtenidas por otras encuestas epidemiológicas: en China (0,66%), en Francia (0,70%), en el estado de Nueva York (0,56%) o en Heinsberg (0,37%). Parece como si en España hubiera habido una sobreletalidad: por cada muerte en cada uno de esos territorios a causa de la COVID-19, en España ha habido 1,5-3 defunciones respecto a un mismo número de infectados. Eso explicaría el bajo porcentaje de inmunizados (que previamente han tenido que contagiarse) en relación a los calculados presuponiendo una tasa de letalidad considerablemente menor que la ocurrida realmente.

Y claro, todo esto reafirma lo que ya sabíamos: que en España un gran número de muertes eran fácilmente evitables y se debían haber evitado. La gravedad de la epidemia ha sido mucho menos debida a la letalidad del virus que a la imprevisión e inadecuación de la respuesta humana frente a la COVID-19. Como ya ha sido comentado en otro artículo anterior, entre la mitad y las dos terceras partes de las defunciones de personas mayores de 65 años (más del 90% del total de decesos) se
hubieran podido evitar: la inmensa mayoría de las ocurridas en residencias, y una parte sustancial de las sobrevenidas en hospitales (incluso una fracción significativa de las producidas en los hogares). Empezando, para ello, por dar una información clara y veraz sobre los riesgos que corrían los mayores -desproporcionadamente elevados en relación a los del conjunto de la población- y siguiendo por la movilización de todos los medios humanos y técnicos existentes de cara a atajar la propagación de la epidemia en esos tramos más avanzados de edad. No ocurrió así y las consecuencias se ven hasta en las tasas alcanzadas de letalidad: si se hubiese evitado la mitad de esas muertes la tasa habría quedado en torno a 0,64%; si las tres cuartas partes, en 0,46%. Caso de que las defunciones hubieran quedado a medio camino entre este suelo y aquel techo, hubieran provocado una tasa de letalidad alrededor de 0,55%, cifra casi coincidente con la media de las cuatro tasas presentadas anteriormente y registradas en otros lugares.

No puede decirse que la gestión de la epidemia por parte de las autoridades sanitarias (autonómicas y estatales) haya sido precisamente un éxito. La sobreletalidad producida en relación al bajo número de inmunizados es prueba de ello. Sin embargo, en lugar de aceptar este mal resultado, el presidente del Gobierno lo considera un éxito: “Con el informe serológico hemos visto que se ha contagiado el 5% de la población y la letalidad real es del 1%. Estos dos datos nos llevan a concluir que el estado de alarma ha funcionado. El camino que estamos siguiendo desde el principio de la epidemia es el único posible”. Inapelable. Y apuntaba su argumentario de la siguiente manera: “Algunos dijeron que una solución era dejar que el virus se difundiera hasta alcanzar la inmunidad de grupo, que implica un 70% de la población. Si hubiéramos optado por esa fórmula, la infección podría haber alcanzado a 30 millones de compatriotas y podría haber costado la vida a 300.000 personas. O tal vez más porque se habría colapsado el sistema sanitario. Debemos tener muy en cuenta estas dos lecciones”. Autosatisfacción presidencial. ¿Algún reconocimiento, por contra y como ejemplo, del desastre que ha supuesto las más de 17.500 defunciones oficiales y extraoficiales que en el momento del discurso de Pedro Sánchez se calculaba que habían ocurrido en los distintos tipos de residencias? Bueno, es que sin estado de alarma hubieran fallecido 300.000 compatriotas más, así que…

Uno de los recursos habituales para desacreditar determinada opción que no se quiere tener en cuenta es convertirla en una caricatura. El intento de favorecer una amplia inmunidad colectiva -frente a una vacuna, hoy por hoy inexistente y unos antivirales poco o nada efectivos- es así ridiculizado por aquellos que solo ven en las restricciones, el confinamiento y las prohibiciones el único camino hasta que arriben tales milagrosas soluciones. Siguen sin querer comprender un hecho biológico básico: que es el sistema inmunitario de cada persona lo único que puede frenar la expansión de la epidemia. Y que la vacuna (o vacunas, más probablemente) que se consigan diseñar, testar, fabricar e implementar no son más que un atajo -muy conveniente, por lo demás- en ese proceso individual y colectivo de inmunización. Al final, todo depende de las personas: ni de los sistemas sanitarios, ni de las corporaciones farmacéuticas, ni de los beneficios en las Bolsas, ni de las promesas de los Estados. De las personas en su individualidad, y de los colectivos en que estas se integran. O sea, dicho más concretamente: de la inmunidad individual y colectiva que alcancen unas y otros.

Aquí hemos defendido y defendemos ese papel protagonista de la inmunización individual y colectiva frente a las invocaciones de multinacionales, inversores, gobiernos, asesores y expertos que se dirigen a cada ciudadano afirmando que son ellos los únicos garantes de su salud y su vida entera. Ante esta usurpación -una más de las muchas que existen- algunos nos rebelamos. No somos científicos locos, ni fanáticos de la selección natural, ni recalcitrantes insolidarios, ni menos aún presuntos homicidas de nuestros conciudadanos. No agitamos ninguna bandera política, ni mucho menos partidaria. Creemos en la información, el conocimiento, el debate, la discrepancia e incluso la disidencia, cosas todas ellas que enriquecen tanto a los individuos como a las sociedades. Cuando el actual ministro del Interior llama “insolidarios” a quienes no comulgan con las directrices gubernamentales -muchas de ellas arbitrarias cuando no ridículas- algunos, al menos, consideramos que la solidaridad solo se puede practicar desde la libertad. Cuando se consigue con el empleo de la coacción, pasa a tener otro nombre: sumisión.

Lo que desde estos artículos se ha planteado no es (¡nada más lejos de la intención de su autor!) una pasividad generalizada y absoluta frente a esta nueva epidemia sino una estrategia respecto a la misma diferente a la planteada por el Gobierno y aceptada de buen grado o a regañadientes por los distintos gobiernos autonómicos y locales. La estrategia gubernamental es fácil de resumir; tiene varias premisas pero la más importante es infección cero. Compatriota, “no te infectes y no infectes” es su mantra. La detección de casos, primero; la contención, después; el confinamiento, más tarde y la desescalada, hoy, han sido siempre fieles a esa premisa. De ahí que aunque se centrara en cuantificar la que constituye la principal variable epidemiológica, los resultados de la macroencuesta de seroprevalencia no importaban gran cosa. Por eso se diseñó el Plan de Desescalada sin tenerlos en cuenta. Sin embargo, cuando los primeros datos aparecieron y mostraron un grado de inmunización de la población española muy bajo (ese 5% que hemos tenido ocasión de comentar) sirvieron para “demostrar” que la estrategia del “no te infectes, no infectes” y el estado de alarma decretado para conseguir tal objetivo eran “el único camino posible”. De ahí que el ministro de Sanidad pudiera afirmar al día siguiente de la presentación de los resultados iniciales de la macroencuesta que “no hay inmunidad de grupo ni la va a haber” ¡Vaya! Es que la inmunidad -individual o colectiva- no cae del cielo, sino que precisa de una infección previa. Si se ha hecho todo lo que cabía hacer para que haya la menor infección posible, no es de extrañar que la
inmunización haya sido también la menor posible. Es muy simple de entender.

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